febrero 20, 2022
febrero 19, 2022
Dos
Yo sólo quería dormir. Quería pequeñas cápsulas azules de doscientos miligramos de Amital Sodio. Quería píldoras azules y rojas de Tuinal, y pastillas de Seconal de color rojo carmín.
El médico me dijo que si mascaba raíces de valeriana y hacía más ejercicio, al final, conseguiría dormir.
como si les estuvieran apuntando a la cabeza con una pistola invisible.
colgando, vacíos y tristes. Cloe me cuenta que lo peor de sus parásitos cerebrales era que nadie se quería acostar con ella. Allí estaba, tan próxima a la muerte que le habían liquidado la póliza del seguro de vida con setenta y cinco mil pavos y, en realidad, lo único que Cloe deseaba era echar un último polvo. Nada de intimidades, sólo sexo.
demasiado aburrida para seguir un tratamiento. Películas pornográficas, tenía películas pornográficas en su apartamento.
curaba, que flotaba alrededor de los pies y subía por las rodillas, la cintura y el pecho. Nuestros chakras se abrían. El chakra del corazón. El chakra de la cabeza. Con sus palabras Cloe nos introdujo en cuevas donde nos encontramos con el animal que era nuestro guía. El mío era un pingüino.
Así que no lloré durante la primera visita a un grupo de apoyo, hace dos años. Tampoco lloré en mi segunda y tercera visita. No lloré en las sesiones de parásitos sanguíneos, ni en las de cáncer intestinal o demencia encefálica orgánica.
Chuck Palahniuk
PD: Te amo (cap 30 - fragmento)
Holly llegó al restaurante a las ocho y veinte, ya que había pasado horas probándose distintos conjuntos. Finalmente escogió lo que Gerry le había indicado que se pusiera el día del karaoke, para así sentirse más próxima a él. Las últimas semanas no habían sido fáciles, los momentos malos habían prevalecido sobre los buenos y le estaba costando trabajo recobrar la entereza.
Mientras se dirigía a la mesa del restaurante el corazón le dio un brinco.
Vivan las parejas.
Se detuvo a medio camino y se hizo a un lado, ocultándose tras la pared. No estaba segura de poder enfrentarse con aquello. Le faltaban fuerzas para mantener a raya sus sentimientos. Echó un vistazo alrededor en busca de la mejor vía de escape; desde luego no podía marcharse por donde había entrado, ya que sin duda la verían. Vio una salida de emergencia al lado de la puerta de la cocina, la habían dejado abierta para mejorar la ventilación del local. En cuanto respiró aire fresco, se sintió libre otra vez. Atravesó el aparcamiento pensando qué excusa daría a Sharon y Denise.
—Hola, Holly.
—Qué tal, Daniel. —Fue a su encuentro—. No sabía que fumaras.
—Sólo cuando estoy nervioso.
—¿Estás nervioso? —Se dieron un abrazo.
—Me estaba armando de valor para reunirme ahí dentro con el Sindicato de Parejas Felices.
—¿Tú también?
—Bueno, si quieres no les diré que te he visto.
—¿Vas a entrar?
—De vez en cuando hay que apechugar —dijo Daniel, aplastando la colilla del cigarrillo con el pie.
—Supongo que tienes razón —convino Holly con aire reflexivo.
—No tienes que entrar si no te apetece. No quiero ser el causante de que pases una mala velada.
—Al contrario, será agradable contar con la compañía de otro corazón solitario. Somos muy pocos los que quedamos de nuestra especie.
—¿Vamos?
—Por cierto, tengo intención de largarme en cuanto terminemos el segundo plato —aclaró Daniel.
—Traidor —contestó Holly, dándole un codazo en broma—. En fin, yo también tengo que marcharme pronto si no quiero perder el último autobús. —Hacía unos días que no tenía dinero suficiente para llenar el depósito del coche.
—Pues entonces tenemos la excusa perfecta. Diré que tengo que irme pronto porque te acompaño a casa y que tienes que estar de vuelta a… ¿qué hora?
—¿Las once y media? —A las doce tenía previsto abrir el sobre de septiembre.
—Perfecto. Daniel sonrió y se adentraron en el comedor, sintiéndose más valientes gracias a su complicidad.
—¡Aquí llegan! —anunció Denise cuando se aproximaron a la mesa. Holly se sentó al lado de Daniel, pegándose como una lapa a su coartada.
—Perdonad el retraso —se disculpó.
—Holly, éstos son Catherine y Thomas, Meter y Sue, Joanne y Paul, Tracey y Bryan, a John y Sharon ya los conoces, Geoffrey y Samantha y, por último pero no por ello menos importantes, éstos son Des y Simon.
—Hola, somos Daniel y Holly —parodió Daniel con agudeza, y Holly tuvo que aguantarse la risa.
—Ya hemos pedido, espero que no os importe —explicó Denise—. Pero traerán un montón de platos distintos que podemos compartir. ¿Os parece bien?
—Dime, Holly, ¿tú qué haces?
—Perdona, ¿qué hago cuándo? —contestó Holly con seriedad. Detestaba a la gente entrometida. Detestaba las conversaciones que giraban en torno a lo que la gente hacía para ganarse la vida, sobre todo cuando se trataba de perfectos desconocidos que acababan de presentarle. Advirtió que Daniel temblaba de risa a su lado.
—Yo… bueno… ahora mismo estoy sin trabajo —confesó con voz temblorosa. La mujer torció la boca y se quitó una miga de entre los dientes con un gesto de lo más vulgar.
—¿Y tú qué haces? —preguntó Daniel, levantando la voz para romper el silencio.
—Oh, Geoffrey dirige su propio negocio —contestó la mujer, volviéndose con orgullo hacia su marido.
—Estupendo, pero ¿qué haces tú? —insistió Daniel.
—Bueno, ando todo el día ocupada haciendo un montón de cosas distintas. Cariño, ¿por qué no les cuentas lo que hacéis en la empresa?
—No es más que un pequeño negocio. Dio un mordisco a su panecillo, masticó lentamente y todos aguardaron hasta que se lo tragó para poder proseguir.
—Pequeño pero exitoso —agregó su esposa por él. Geoffrey por fin acabó de comerse el bocado de pan.
—Hacemos parabrisas de coche y los vendemos a los mayoristas.
—Uau, qué interesante —dijo Daniel secamente.
—¿Y tú a qué te dedicas, Dermot? —preguntó la mujer, dirigiéndose a Daniel.
—Perdona, pero me llamo Daniel. Tengo un pub.
—Ya. —Asintió con la cabeza y miró hacia otra parte—. Qué tiempo tan malo estamos teniendo estos días, ¿verdad? —preguntó a la mesa.
—¿Qué tal las vacaciones?
—Oh, lo pasé de maravilla —contestó Holly—. Nos lo tomamos con calma y no hicimos más que descansar, nada de desenfrenos ni locuras.
—Justo lo que necesitabas —convino Daniel, sonriendo—. Me enteré de vuestra aventura marina.
—Bueno, seguro que te dio una versión exagerada.
—No tanto, la verdad, sólo me contó que estabais rodeadas de tiburones y que tuvieron que sacaron del mar con un helicóptero.
—¡No puede ser!
—Claro que no —dijo Daniel, y soltó una carcajada—. Aun así, ¡debíais de estar enfrascadas en una conversación muy jugosa para no daros cuenta de que ibais mar adentro a la deriva!
—Atención todos —llamó Denise —. Probablemente os estaréis preguntando por qué Tom y yo os hemos invitado aquí esta noche.
—El eufemismo del año —murmuró Daniel, haciendo reír a Holly.
—Bien, tenemos que anunciaron una cosa. Miró a los presentes y sonrió. —¡Una servidora y Tom vamos a casarnos! —chilló Denise. Perpleja, Holly se tapó la boca con las manos. Aquello la había cogido desprevenida.
—¡Oh, Denise! —exclamó con un grito ahogado, y rodeó la mesa para abrazarlos—. ¡Qué maravillosa noticia! ¡Felicidades!
—¡Un momento! ¡Un momento! —Denise los detuvo justo antes de que empezaran—. Sharon, ¿no tienes copa? Todos miraron a Sharon, que sostenía un vaso de zumo de naranja en la mano.
—Aquí tienes —dijo Tom, llenándole una copa.
—¡No, no, no! No beberé, gracias —dijo Sharon.
—¿Por qué no? —vociferó Denise disgustada porque su amiga no quería celebrar su compromiso. John y Sharon se miraron a los ojos y sonrieron.
—Bueno, no queríamos decir nada porque ésta es la noche de Tom y Denise…
—Bien… ¡Estoy embarazada! ¡John y yo vamos a tener un hijo!
—¡Pues brindemos por el compromiso de Tom y Denise y por el bebé de Sharon y John!
—¿Quieres que adelantemos la retirada a las once? —propuso Daniel en un susurro. Holly asintió en silencio.
—¿Cuánto dejo para la cuenta? —preguntó Holly a Denise.
—Nada, no te preocupes —contestó Denise, restándole importancia con un ademán.
—No seas tonta, no voy a dejar que pagues mi parte. ¿Cuánto es?
—Bien, sale a unos cincuenta por cabeza, contando el vino y las botellas de champán.
—Venga, vámonos, Holly.
Holly fue a disculparse por no llevar consigo tanto dinero como creía, pero al abrir la palma de la mano vio que había un nuevo billete de veinte.
Sonrió agradecida a Daniel y ambos se dirigieron al coche.
—¿Te apetece entrar a tomar un té o lo que sea?
—Menuda nochecita, ¿eh? —dijo Daniel tras beber un sorbo de café. Holly meneó la cabeza con escepticismo.
—Daniel, conozco a esas chicas prácticamente de toda la vida y te aseguro que no esperaba nada de esto.
—Bueno, si te sirve de consuelo, yo hace años que conozco a Tom y no me había dicho ni pío.
—Aunque ahora que lo pienso, Sharon no bebió nada mientras estuvimos fuera. —No había escuchado ni una palabra de lo que le acababa de decir Daniel—. Y vomitó algunas mañanas, aunque dijo que se debía al mareo… —Se interrumpió mientras iba encajando las piezas mentalmente.
—¿El mareo? —preguntó Daniel, confuso.
—Sí, después de nuestra aventura en el mar —explicó Holly.
—Ah, claro.
—Qué curioso —dijo Daniel, acomodándose en el sofá. «Oh, no», pensó Holly, aquello significaba que no tenía intención de marcharse enseguida —. Mis colegas siempre decían que Laura y yo seríamos los primeros en casarnos —prosiguió Daniel—. Nunca se me ocurrió que Laura lo haría antes que yo.
—¿Va a casarse? —preguntó Holly con delicadeza. Daniel asintió con la cabeza y desvió la mirada. —Él también había sido amigo mío en otros tiempos. —Sonrió con cierta amargura.
—Obviamente ya no lo es.
—No. —Daniel negó con la cabeza —. Obviamente no.
—Lo siento.
—En fin, a todos nos toca nuestra justa ración de mala suerte. Tú lo sabes mejor que nadie, Holly.
—Sí, nuestra justa ración.
—Ya lo sé, no tiene nada de justa, pero no te preocupes. También nos llegará la buena suerte —aseguró Daniel.
—¿Tú crees?
—Eso espero.
Cecelia Ahern
febrero 12, 2022
Ahora no me lo vas a creer, pero existe. Existe alguien ahí afuera que va a compartir tu locura por los gatos, que te va a aceptar así, huraña, tierna, cansada, tonta. Existe ahí afuera alguien que no va a pensar que está mal que estés tan rota, alguien que va a poder ayudarte mientras tratás de desenredar tus nudos, alguien ahí afuera que esas veces que no podás más te va a saber levantar para que sigás. Sé que ahora no me creés, pero está ahí. Y va a entender que hablar te cueste, que el sexo te cueste, que todo te cueste. Va a entender que te esforzás muchísimo todo el tiempo, y va a apreciar todo lo que le des, porque va a entender cómo te costó. Y te puedo asegurar que esa persona también va a tomar vino como vos, va a tocar el piano o la guitarra para que canten juntos, y va a cambiar sus libros con los tuyos y sacarse fotos con vos y mostrárselas al mundo. Se van a poder sentar esas noches heladas de junio los dos envueltos en una colcha en el sillón a leer por octava vez El Señor de los Anillos. Te lo puedo asegurar, existe alguien así, y que le guste comer como a vos, con vos, que le guste bailar como te gusta a vos, con vos. Y te va a mirar así sin maquillaje y con toda esa ropa hippie sin combinar que usás y va a pensar que sos la más linda, alguien que no va a dudar.
Sé que ahora no me lo vas a creer. Pero existe alguien que va a leer lo que escribís, y que va escribir para vos también, quizá todavía no se conocen, pero se van a encontrar, y cuando lo hagan te puedo jurar, no va a dudar.
Anna.