febrero 20, 2022


 "The greatest thing 
you'll ever learn
is just to love
and be loved in return"


Silvio Rodríguez - Quien fuera


 Los cuadernos nunca se terminan
como no se terminan las cosas tristes, nunca
como no se termina nunca este cielo nublado,
esta sensación de traición, esta melancolía,
las hojas en blanco son todo eso
que pudo haber sido escrito, pero no lo fue.

febrero 19, 2022

Dos

 Llevaba tres semanas sin poder dormir. Cuando te pasas tres semanas sin dormir todo se convierte en una experiencia extracorporal. El médico me dijo: «El insomnio es sólo un síntoma de algo más profundo. Descubra cuál es el problema. Escuche a su cuerpo».

Yo sólo quería dormir. Quería pequeñas cápsulas azules de doscientos miligramos de Amital Sodio. Quería píldoras azules y rojas de Tuinal, y pastillas de Seconal de color rojo carmín. 

El médico me dijo que si mascaba raíces de valeriana y hacía más ejercicio, al final, conseguiría dormir.

Tanto se ha hundido el fruto viejo y magullado de mi rostro, que pensarías que estoy muerto. El médico me dijo que si quería ver dolor auténtico, pasara por la Primera Eucaristía el martes por la noche. Vea a los pacientes con parásitos cerebrales. Vea las enfermedades óseas degenerativas. Los trastornos cerebrales orgánicos. Vea cómo sobreviven los enfermos con cáncer.

Así que fui.

En el primer grupo al que acudí hubo presentaciones: Alice, Brenda, Dover. Todo el mundo sonríe
como si les estuvieran apuntando a la cabeza con una pistola invisible.

Jamás doy mi nombre verdadero en los grupos de apoyo.

He aquí el esqueleto minúsculo de una mujer llamada Cloe cuyo trasero sin relieve deja los pantalones
colgando, vacíos y tristes. Cloe me cuenta que lo peor de sus parásitos cerebrales era que nadie se quería acostar con ella. Allí estaba, tan próxima a la muerte que le habían liquidado la póliza del seguro de vida con setenta y cinco mil pavos y, en realidad, lo único que Cloe deseaba era echar un último polvo. Nada de intimidades, sólo sexo.

¿Qué puede decirle ningún tío? Bueno, ¿qué se le puede decir?

Todo el proceso había comenzado cuando Cloe empezó a sentirse un poco cansada. Ahora Cloe estaba
demasiado aburrida para seguir un tratamiento. Películas pornográficas, tenía películas pornográficas en su apartamento.

Durante la Revolución francesa, me contó Cloe, las mujeres encarceladas —duquesas, baronesas, marquesas o lo que fueran— se tiraban a cualquier hombre que quisiera montarlas. Notaba la respiración de Cloe en mi cuello. Follar era una manera de matar el tiempo.

Los franceses lo llamaban la petit mort.

Si estaba interesado, Cloe tenía películas pornográficas. Nitrato de amilo. Lubricantes.

En tiempos normales, ya estaría disfrutando de una erección. Sin embargo, Cloe es un esqueleto hundido en cera amarilla. 

Con el aspecto que tiene Cloe, no soy nada. Incluso menos que nada. Aun así, los hombros de Cloe se clavan en los míos cuando nos sentamos formando un círculo sobre la alfombra de tripe. Cerramos los ojos. Era el turno de Cloe para dirigir la meditación guiada, y su voz nos introdujo en el jardín de la serenidad. Cloe nos hizo remontar la colina del palacio de las siete puertas. Dentro del palacio estaban las siete puertas: la verde, la amarilla, la naranja, y Cloe nos hizo pasar y abrió con sus palabras cada una de ellas —la puerta azul, la roja, la blanca— descubriéndonos lo que allí había.

Con los ojos cerrados, imaginábamos que nuestro dolor era como una bola de luz blanca que todo lo
curaba, que flotaba alrededor de los pies y subía por las rodillas, la cintura y el pecho. Nuestros chakras se abrían. El chakra del corazón. El chakra de la cabeza. Con sus palabras Cloe nos introdujo en cuevas donde nos encontramos con el animal que era nuestro guía. El mío era un pingüino.

El hielo cubría el suelo de la cueva y el pingüino dijo: «Deslizaos». Sin esfuerzo alguno nos deslizamos por túneles y galerías. 

Entonces llegó el momento de abrazarnos. 

Abrid los ojos. 

Cloe explicó que el contacto físico era terapéutico. Todos debíamos escoger a un compañero. Cloe me echó los brazos al cuello y se puso a llorar. En casa llevaba ropa interior sin tirantes y lloraba. Cloe tenía aceites y esposas y lloraba mientras yo veía el segundero del reloj dar la vuelta a la esfera once veces. 
Así que no lloré durante la primera visita a un grupo de apoyo, hace dos años. Tampoco lloré en mi segunda y tercera visita. No lloré en las sesiones de parásitos sanguíneos, ni en las de cáncer intestinal o demencia encefálica orgánica. 

Es lo que ocurre en los casos de insomnio. Todo es muy lejano: la copia de una copia de una copia. El insomnio te distancia de todo; no puedes tocar nada y nada puede tocarte. 


Chuck Palahniuk



PD: Te amo (cap 30 - fragmento)

 Holly llegó al restaurante a las ocho y veinte, ya que había pasado horas probándose distintos conjuntos. Finalmente escogió lo que Gerry le había indicado que se pusiera el día del karaoke, para así sentirse más próxima a él. Las últimas semanas no habían sido fáciles, los momentos malos habían prevalecido sobre los buenos y le estaba costando trabajo recobrar la entereza. 

Mientras se dirigía a la mesa del restaurante el corazón le dio un brinco.

Vivan las parejas. 

Se detuvo a medio camino y se hizo a un lado, ocultándose tras la pared. No estaba segura de poder enfrentarse con aquello. Le faltaban fuerzas para mantener a raya sus sentimientos. Echó un vistazo alrededor en busca de la mejor vía de escape; desde luego no podía marcharse por donde había entrado, ya que sin duda la verían. Vio una salida de emergencia al lado de la puerta de la cocina, la habían dejado abierta para mejorar la ventilación del local. En cuanto respiró aire fresco, se sintió libre otra vez. Atravesó el aparcamiento pensando qué excusa daría a Sharon y Denise. 

—Hola, Holly. 

Se quedó de una pieza y se volvió lentamente al comprender que la habían sorprendido in fraganti. Vio a Daniel apoyado contra un coche, fumando un cigarrillo. 
—Qué tal, Daniel. —Fue a su encuentro—. No sabía que fumaras. 
—Sólo cuando estoy nervioso. 
—¿Estás nervioso? —Se dieron un abrazo. 
—Me estaba armando de valor para reunirme ahí dentro con el Sindicato de Parejas Felices. 

Daniel señaló hacia el restaurante con el mentón. Holly sonrió. 
—¿Tú también? 

Daniel se echó a reír. 
—Bueno, si quieres no les diré que te he visto. 
—¿Vas a entrar? 
—De vez en cuando hay que apechugar —dijo Daniel, aplastando la colilla del cigarrillo con el pie. 
—Supongo que tienes razón —convino Holly con aire reflexivo. 
—No tienes que entrar si no te apetece. No quiero ser el causante de que pases una mala velada. 
—Al contrario, será agradable contar con la compañía de otro corazón solitario. Somos muy pocos los que quedamos de nuestra especie.

Daniel rió y le ofreció el brazo. 
—¿Vamos? 

Holly se apoyó en su brazo y entraron lentamente en el restaurante. Resultaba reconfortante saber que no era la única que se sentía sola. 
—Por cierto, tengo intención de largarme en cuanto terminemos el segundo plato —aclaró Daniel. 
—Traidor —contestó Holly, dándole un codazo en broma—. En fin, yo también tengo que marcharme pronto si no quiero perder el último autobús. —Hacía unos días que no tenía dinero suficiente para llenar el depósito del coche. 
—Pues entonces tenemos la excusa perfecta. Diré que tengo que irme pronto porque te acompaño a casa y que tienes que estar de vuelta a… ¿qué hora? 
—¿Las once y media? —A las doce tenía previsto abrir el sobre de septiembre. 
—Perfecto. Daniel sonrió y se adentraron en el comedor, sintiéndose más valientes gracias a su complicidad. 
—¡Aquí llegan! —anunció Denise cuando se aproximaron a la mesa. Holly se sentó al lado de Daniel, pegándose como una lapa a su coartada. 
—Perdonad el retraso —se disculpó. 
—Holly, éstos son Catherine y Thomas, Meter y Sue, Joanne y Paul, Tracey y Bryan, a John y Sharon ya los conoces, Geoffrey y Samantha y, por último pero no por ello menos importantes, éstos son Des y Simon. 

Holly sonrió y saludó con la cabeza a todos. 
—Hola, somos Daniel y Holly —parodió Daniel con agudeza, y Holly tuvo que aguantarse la risa. 
—Ya hemos pedido, espero que no os importe —explicó Denise—. Pero traerán un montón de platos distintos que podemos compartir. ¿Os parece bien? 

Holly y Daniel asintieron con la cabeza. La mujer de al lado de Holly, cuyo nombre no recordaba, se volvió hacia ella y le habló en voz muy alta. 
—Dime, Holly, ¿tú qué haces? 

Daniel arqueó las cejas mirando a Holly. 
—Perdona, ¿qué hago cuándo? —contestó Holly con seriedad. Detestaba a la gente entrometida. Detestaba las conversaciones que giraban en torno a lo que la gente hacía para ganarse la vida, sobre todo cuando se trataba de perfectos desconocidos que acababan de presentarle. Advirtió que Daniel temblaba de risa a su lado. 

—¿Qué haces para ganarte la vida? —preguntó la mujer otra vez. Holly se había propuesto darle una respuesta ingeniosa y un tanto grosera, pero de pronto cambió de idea al ver que las demás conversaciones se apagaban y todos se fijaban en ella. Miró alrededor un tanto incómoda y carraspeó con nerviosismo. 
—Yo… bueno… ahora mismo estoy sin trabajo —confesó con voz temblorosa. La mujer torció la boca y se quitó una miga de entre los dientes con un gesto de lo más vulgar. 
—¿Y tú qué haces? —preguntó Daniel, levantando la voz para romper el silencio. 
—Oh, Geoffrey dirige su propio negocio —contestó la mujer, volviéndose con orgullo hacia su marido. 
—Estupendo, pero ¿qué haces tú? —insistió Daniel. 

La señora se mostró desconcertada al ver que Daniel no se daba por satisfecho con su respuesta. 
—Bueno, ando todo el día ocupada haciendo un montón de cosas distintas. Cariño, ¿por qué no les cuentas lo que hacéis en la empresa? 

Se volvió otra vez hacia su marido para apartar la atención de ella. El marido se inclinó hacia delante.
—No es más que un pequeño negocio. Dio un mordisco a su panecillo, masticó lentamente y todos aguardaron hasta que se lo tragó para poder proseguir. 
—Pequeño pero exitoso —agregó su esposa por él. Geoffrey por fin acabó de comerse el bocado de pan. 
—Hacemos parabrisas de coche y los vendemos a los mayoristas. 
—Uau, qué interesante —dijo Daniel secamente. 
—¿Y tú a qué te dedicas, Dermot? —preguntó la mujer, dirigiéndose a Daniel. 
—Perdona, pero me llamo Daniel. Tengo un pub. 
—Ya. —Asintió con la cabeza y miró hacia otra parte—. Qué tiempo tan malo estamos teniendo estos días, ¿verdad? —preguntó a la mesa. 

Todos reanudaron sus conversaciones y Daniel se volvió hacia Holly. 
—¿Qué tal las vacaciones? 
—Oh, lo pasé de maravilla —contestó Holly—. Nos lo tomamos con calma y no hicimos más que descansar, nada de desenfrenos ni locuras. 
—Justo lo que necesitabas —convino Daniel, sonriendo—. Me enteré de vuestra aventura marina. 

Holly puso los ojos en blanco. Apuesto a que te lo contó Denise. Daniel asintió riendo.
—Bueno, seguro que te dio una versión exagerada. 
—No tanto, la verdad, sólo me contó que estabais rodeadas de tiburones y que tuvieron que sacaron del mar con un helicóptero. 
—¡No puede ser! 
—Claro que no —dijo Daniel, y soltó una carcajada—. Aun así, ¡debíais de estar enfrascadas en una conversación muy jugosa para no daros cuenta de que ibais mar adentro a la deriva! 

Holly se ruborizó un poco al recordar que habían estado hablando de él. 
—Atención todos —llamó Denise —. Probablemente os estaréis preguntando por qué Tom y yo os hemos invitado aquí esta noche. 
—El eufemismo del año —murmuró Daniel, haciendo reír a Holly. 
—Bien, tenemos que anunciaron una cosa. Miró a los presentes y sonrió. —¡Una servidora y Tom vamos a casarnos! —chilló Denise. Perpleja, Holly se tapó la boca con las manos. Aquello la había cogido desprevenida. 
—¡Oh, Denise! —exclamó con un grito ahogado, y rodeó la mesa para abrazarlos—. ¡Qué maravillosa noticia! ¡Felicidades! 

Holly miró el rostro de Daniel. Estaba blanco como la nieve. Descorcharon una botella de champán y todos levantaron la copa mientras Jemina y Jim o Samantha y Sam, o como quiera que se llamaran, proponían un brindis. 
—¡Un momento! ¡Un momento! —Denise los detuvo justo antes de que empezaran—. Sharon, ¿no tienes copa? Todos miraron a Sharon, que sostenía un vaso de zumo de naranja en la mano. 
—Aquí tienes —dijo Tom, llenándole una copa. 
—¡No, no, no! No beberé, gracias —dijo Sharon. 
—¿Por qué no? —vociferó Denise disgustada porque su amiga no quería celebrar su compromiso. John y Sharon se miraron a los ojos y sonrieron. 
—Bueno, no queríamos decir nada porque ésta es la noche de Tom y Denise… 

Todos la instaron a desembuchar. 
—Bien… ¡Estoy embarazada! ¡John y yo vamos a tener un hijo! 

A John se le humedecieron los ojos y Holly permaneció inmóvil en su silla. Aquello tampoco lo había previsto. Con los ojos llenos de lágrimas, fue a felicitar a Sharon y John. Luego volvió a sentarse y respiró hondo. Todo aquello era excesivo.
—¡Pues brindemos por el compromiso de Tom y Denise y por el bebé de Sharon y John! 

Brindaron y Holly pasó el resto de la cena en silencio, sin apenas probar bocado. 
—¿Quieres que adelantemos la retirada a las once? —propuso Daniel en un susurro. Holly asintió en silencio. 

Después de la cena Holly y Daniel se excusaron por marcharse tan pronto, aunque en realidad nadie intentó convencerlos de que se quedaran un rato más. 
—¿Cuánto dejo para la cuenta? —preguntó Holly a Denise. 
—Nada, no te preocupes —contestó Denise, restándole importancia con un ademán. 
—No seas tonta, no voy a dejar que pagues mi parte. ¿Cuánto es? 

La mujer que tenía al lado cogió la carta y se puso a sumar los precios de los platos que habían pedido. Eran un montón y Holly apenas había comido. 
—Bien, sale a unos cincuenta por cabeza, contando el vino y las botellas de champán. 

Holly tragó saliva y miró los treinta euros que llevaba en la mano. En aquel momento, Daniel le cogió la mano y tiró de ella para que se pusiera de pie. 
—Venga, vámonos, Holly.

Holly fue a disculparse por no llevar consigo tanto dinero como creía, pero al abrir la palma de la mano vio que había un nuevo billete de veinte. 

Sonrió agradecida a Daniel y ambos se dirigieron al coche. 

Circularon en silencio, cada uno sumido en sus pensamientos sobre lo ocurrido durante la cena. Holly quería alegrarse por sus amigas, lo deseaba de veras, pero no podía evitar sentir que estaban dejándola atrás. Las vidas de todos progresaban y la suya no. Daniel detuvo el coche delante de la casa de Holly.
—¿Te apetece entrar a tomar un té o lo que sea?

Holly estaba segura de que diría que no, por lo que se sorprendió al ver que Daniel se desabrochaba el cinturón de seguridad y aceptaba su ofrecimiento. Daniel le caía muy bien, era muy atento y siempre se divertía con él, pero en aquel momento deseaba estar a solas. 
—Menuda nochecita, ¿eh? —dijo Daniel tras beber un sorbo de café. Holly meneó la cabeza con escepticismo. 
—Daniel, conozco a esas chicas prácticamente de toda la vida y te aseguro que no esperaba nada de esto. 
—Bueno, si te sirve de consuelo, yo hace años que conozco a Tom y no me había dicho ni pío.
—Aunque ahora que lo pienso, Sharon no bebió nada mientras estuvimos fuera. —No había escuchado ni una palabra de lo que le acababa de decir Daniel—. Y vomitó algunas mañanas, aunque dijo que se debía al mareo… —Se interrumpió mientras iba encajando las piezas mentalmente. 
—¿El mareo? —preguntó Daniel, confuso. 
—Sí, después de nuestra aventura en el mar —explicó Holly. 
—Ah, claro. 

Esta vez ninguno de los dos rió. 
—Qué curioso —dijo Daniel, acomodándose en el sofá. «Oh, no», pensó Holly, aquello significaba que no tenía intención de marcharse enseguida —. Mis colegas siempre decían que Laura y yo seríamos los primeros en casarnos —prosiguió Daniel—. Nunca se me ocurrió que Laura lo haría antes que yo. 
—¿Va a casarse? —preguntó Holly con delicadeza. Daniel asintió con la cabeza y desvió la mirada. —Él también había sido amigo mío en otros tiempos. —Sonrió con cierta amargura. 
—Obviamente ya no lo es. 
—No. —Daniel negó con la cabeza —. Obviamente no. 
—Lo siento.
—En fin, a todos nos toca nuestra justa ración de mala suerte. Tú lo sabes mejor que nadie, Holly. 
—Sí, nuestra justa ración. 
—Ya lo sé, no tiene nada de justa, pero no te preocupes. También nos llegará la buena suerte —aseguró Daniel. 
—¿Tú crees? 
—Eso espero. 


Cecelia Ahern

febrero 12, 2022

Ahora no me lo vas a creer, pero existe. Existe alguien ahí afuera que va a compartir tu locura por los gatos, que te va a aceptar así, huraña, tierna, cansada, tonta. Existe ahí afuera alguien que no va a pensar que está mal que estés tan rota, alguien que va a poder ayudarte mientras tratás de desenredar tus nudos, alguien ahí afuera que esas veces que no podás más te va a saber levantar para que sigás. Sé que ahora no me creés, pero está ahí. Y va a entender que hablar te cueste, que el sexo te cueste, que todo te cueste. Va a entender que te esforzás muchísimo todo el tiempo, y va a apreciar todo lo que le des, porque va a entender cómo te costó. Y te puedo asegurar que esa persona también va a tomar vino como vos, va a tocar el piano o la guitarra para que canten juntos, y va a cambiar sus libros con los tuyos y sacarse fotos con vos y mostrárselas al mundo. Se van a poder sentar esas noches heladas de junio los dos envueltos en una colcha en el sillón a leer por octava vez El Señor de los Anillos. Te lo puedo asegurar, existe alguien así, y que le guste comer como a vos, con vos, que le guste bailar como te gusta a vos, con vos. Y te va a mirar así sin maquillaje y con toda esa ropa hippie sin combinar que usás y va a pensar que sos la más linda, alguien que no va a dudar. 

Sé que ahora no me lo vas a creer. Pero existe alguien que va a leer lo que escribís, y que va escribir para vos también, quizá todavía no se conocen, pero se van a encontrar, y cuando lo hagan te puedo jurar, no va a dudar.



Anna.